El fantasista by Hernán Rivera Letelier

El fantasista by Hernán Rivera Letelier

autor:Hernán Rivera Letelier [Rivera Letelier, Hernán]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2005-12-31T16:00:00+00:00


V

El viernes sobrevino un desastre que nos sorprendió y asustó a todos, un cataclismo de esos que se ven cada cien años en el desierto: un intempestivo temporal de lluvia, granizos, truenos y relámpagos. Suceso que para los más ancianos vino a confirmar que la paralización del campamento ya era cosa irremediable, pues desde siempre era sabido que el acaecimiento de algún trance insólito en la pampa era señal inequívoca del desaparecimiento de una oficina.

Por la mañana el cielo amaneció totalmente cubierto, y un día así en estas latitudes ardientes constituía motivo de regocijo general. El fresco toldo de nubes y la humedad del aire ungiendo el árido paisaje de piedras, nos hizo flamear el ánimo y olvidar un poco la tristeza que en los últimos días nos abollaba el espíritu.

Por lo menos durante el transcurso de la jornada.

Las mujeres, recordando sus invernales días en los sures natales, comenzaron a disponer la harina, el zapallo y la chancaca para hacer sus sopaipillas pasadas por almíbar; los hombres se consiguieron un balón donde fuera y como fuera y armaron una frenética pichanga que se extendió hasta más allá de la hora de almuerzo. En tanto, los niños, escabulléndose jubilosos de sus clases, se juntaron en vivaces patotas y se fueron de excursión a las calicheras viejas a matar lagartos con sus hondas de algarrobo, a fumar su primer cigarrillo a escondidas y a organizar las clásicas competencias de macacas.

Aunque el campamento entero despertó animoso esa mañana, la corrida de casas que se llevaba el premio mayor en cuanto a la algazara y el rebullicio de sus vecinos era «la corrida de los siete pecados capitales». Pero allí no era precisamente la frescura del día la causante del alboroto, sino dos hechos individuales que los madrugadores descubrieron esa mañana y cuya noticia corrió como una peste por los callejones.

En Coya Sur, como en el resto de las oficinas salitreras, se daban casos y coincidencias que a todas luces parecían inverosímiles. Era difícil de creer, por ejemplo, el hecho real de que en la oficina Alianza existiera un equipo de fútbol cuya defensa imbatible estaba compuesta nada menos que por tres de los más grandes héroes de la mitología universal: el número dos se llamaba Aquiles; el tres, Odiseo, y el de la camiseta con el número cuatro, Hércules (Hércules Zorricueta).

Lo más extravagante de todo, sin embargo, era lo que los viejos contaban en las fondas de la oficina, no sin un dejo de astuta ironía en sus palabras: que Aquiles no pudo seguir jugando más a la pelota por una lesión a uno de sus talones.

No menos inverosímil era el par de coincidencias que se daban aquí mismo, en nuestro propio campamento. La primera, que en el pasaje de solteros los vigilantes de los tres turnos llevaran los nombres de los tres máximos guerreros araucanos que cantaba la historia de Chile: Galvarino, Lautaro y Caupolicán.

Y que, además, el pasaje mismo se llamara Caupolicán.

La segunda tenía que ver con la famosa corrida a la que el ingenio popular había bautizado como la de «los siete pecados capitales».



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